martes, 2 de junio de 2009

Promovamos el Bien hoy y siempre


La Convicción que adquirimos con el estudio de la Doctrina Espírita al respecto de nuestra inmortalidad, como seres espirituales en constante proceso de evolución, genera una serie de consecuencias en nuestro comportamiento.

Una de ellas es la revisión de nuestra escala de valores; Pasamos a dar más importancia a los valores espirituales, que son permanentes, en perjuicio de los valores materiales, que son transitorios.
Dentro de una visión materialista de la vida, acostumbramos acumular bienes materiales que nos garanticen la supervivencia y el bienestar físico no solamente en los días presentes, mas también en nuestro futuro.

Cuando pasamos a tener una visión espiritualista de la vida, sentimos, igualmente, la necesidad de acumular bienes espirituales, estos representados en los conocimientos y las virtudes que, cuando son adquiridos, acompañan al espíritu, en donde esté, ya sea encarnado o desencarnado.

Estos bienes espirituales así conquistados nos dan seguridad en el presente, garantizando paz interior, y nos aseguran un futuro con valores que nos acreditan la compañía de espíritus nobles, los cuales vivencian las leyes de Dios, generadoras de la felicidad que tanto buscan los hombres.

La obtención de valores materialistas y aquellos valores que son espirituales, todavía se consiguen de maneras muy diferentes. Mientras los valores materiales generalmente son obtenidos por acciones egocéntricas, por una fuerza hacia dentro de sí, los espirituales son alcanzados por una acción altruista, de a dentro hacia fuera de sí.

En cuanto a los valores materiales para ser acumulados, reclaman la postura del retener, que impiden que sean transferidos para otros, los valores espirituales exigen, para que los acumulemos, que sean donados y esparcidos.

Cuanto más esparzamos un conocimiento, más él se amplia y se fortalece en nosotros. En cuanto más manifestemos Amor a todo el que se nos acerca, mas se amplia y se fortalece el Amor en nosotros.

Con base en esto observamos que él único procedimiento valido para poder construir una paz auténtica y duradera dentro de nosotros mismos será siempre la acción de promover y realizar el bien, como nos enseñan los Espíritus superiores; El bien es todo lo que está conforme a la ley de Dios (…) (…) El Hombre procede bien cuando todo lo hace por el bien de todos, porque esta cumpliendo la ley de Dios (El libro de los Espíritus, cuestión 630 y 629).

Se trata de un derrotero de vida bastante simple para la solución de los complejos problemas de nuestra existencia.

(Traducción de la Revista el Reformador)

El Egoismo

Si los hombres se amasen mutuamente, la caridad sería mejor practicada; pero para esto sería preciso que os esforzaseis en desembarazaros de esa coraza que cubre vuestros corazones, a fin de ser más sensibles con los que sufren. La dureza mata los buenos sentimientos. Cristo no se negaba a nadie; el que se dirigiese
a él, cualquiera que fuese, no era rechazado: la mujer adúltera y el criminal eran socorridos por él; no temía nunca que su propia consideración viniese a sufrir con eso. ¿Cuándo, pues, lo tomaréis como modelo de todas vuestras acciones? Si la caridad reinase en la Tierra, el malo no tendría predominio; huiría avergonzado, se escondería, porque se encontraría desplazado en todas partes.
Entonces el mal desaparecería, estad bien compenetrados de esto. Empezad por dar el ejemplo vosotros mismos, sed caritativos con todos indistintamente; esforzaos por no fijaros más en aquellos que os miran con desdén y dejad a Dios el cuidado de toda justicia, porque cada día, en su reino separa la cizaña del trigo.
El egoísmo es la negación de la caridad, y sin caridad no habrá sosiego en la sociedad; digo más, ni seguridad. Con el egoísmo y el orgullo que se dan la mano, habrá siempre un camino para el más sagaz, una lucha de intereses en la que son pisoteados los más santos afectos, donde ni siquiera los lazos de familia son respetados.

(PASCAL, Sens, 1862) (El Evangelio Según el Espiritismo - Allan Kardec, Ítem 12 - Capitulo XI)

El Egoismo

El egoísmo, esta llaga de la Humanidad, debe desaparecer de la Tierra, cuyo progreso moral retarda; al Espiritismo le está reservada la tarea de hacerla subir en la jerarquía de los mundos.
El egoísmo es, pues, el objetivo para el cual todos los verdaderos creyentes deben dirigir sus armas, sus fuerzas y su valor; digo valor porque es necesario más valor para vencerse a sí mismo que para vencer a los otros. Que cada uno ponga todo su cuidado en combatirlo en sí, porque ese monstruo devorador de todas las inteligencias, ese hijo del orgullo, es el origen de todas las miserias de este mundo. Es la negación de la caridad y por consiguiente, el más grande obstáculo para la felicidad de los hombres.
Jesús os dio el ejemplo de la caridad y Poncio Pilatos el del egoísmo; porque mientras el Justo va a recorrer las santas estaciones de su martirio, Pilatos se lava las manos diciendo: ¡Qué me importa! Dijo a los Judíos: Este hombre es justo, ¿por qué queréis crucificarlo? Y sin embargo, deja que le conduzcan al suplicio.
Es a ese antagonismo de la caridad y del egoísmo, a la invasión de esa lepra del corazón humano, que el Cristianismo debe no haber cumplido aún toda su misión. Es a vosotros, nuevos apóstoles de la fe a quienes los Espíritus Superiores esclarecen, a quién incumbe la tarea y el deber de extirpar ese mal, para dar al
Cristianismo toda su fuerza y limpiar el camino de las zarzas que le entraban su marcha. Extirpad el egoísmo de la Tierra, para que pueda gravitar en la escala de los mundos, porque ya es tiempo de que la Humanidad vista su traje viril y, para eso, es preciso primero extirparlo de vuestro corazón.

(EMMANUEL, París, 1861)  (El Evangelio Según el Espiritismo - Allan Kardec, Ítem 12 - Capitulo XI)